¡No me saquen la escalera!Editorial Locales 

¡No me saquen la escalera!

Por Pedro Rodríguez 

En mi querido barrio Artigas de las décadas del 80, había un personaje entrañable que todos conocíamos: Oración Silvera Olguín. Con su paso tranquilo y su voz ronca, de cigarro, vino y tango, recorría las calles saludando a grandes y chicos con su frase inconfundible: “compañero mío”. Así lo llamaban todos, simplemente Oración, y su sola presencia arrancaba sonrisas.

Vivía frente a la cancha del Gladiador, en un rancho hecho con lo que se podía: maderas, cartón, chapas y algún que otro nylon para tapar los huecos. Pero cuando el cielo se ponía feo y el viento comenzaba a soplar fuerte, Oración tenía una idea muy suya: irse a dormir al cementerio.

Sí, así como suena. Para él, el cementerio no era lugar de miedo, sino de resguardo. Sabía que allí, entre los nichos, el viento no entraba y la lluvia no mojaba. Y si había nichos vacíos —que los había—, ¿por qué no usarlos para pasar la noche?

Una noche especialmente tormentosa, Oración llegó al cementerio y vio que los únicos nichos disponibles estaban en las filas de arriba. Como buen conocedor del lugar, fue y buscó la escalera que usaban los trabajadores. La arrimó con cuidado, subió y se acomodó en uno de los nichos altos para dormir, tranquilo y calentito.

Pero al amanecer, todo cambió.El Chato, el camposantero del barrio, llegó como siempre temprano. Al ver la escalera fuera de su lugar, fue a moverla, pero justo en ese momento escuchó una voz que venía de lo alto:

¡No me saquen la escalera!

El susto fue tan grande que el pobre Chato salió corriendo por la calle 2 , hoy Intrucciones de año XIII,  como alma que lleva el diablo. Pasó frente al comercio de Felipe Nan, que lo vio pasar como un rayo y comentó ¿Qué le pasó al Chato que salió disparando?

El Chato llegó a la seccional cuarta sin aliento, gritando que había un muerto que hablaba. Los policías, entre la risa y la duda, lo acompañaron de vuelta al cementerio. Y ahí estaba Oración, bien vivo, acostado en su nicho, todavía medio dormido.

La historia no tardó en dar la vuelta al barrio. Y desde entonces, cada vez que alguien se aferra a algo imposible de sostener, no falta quien diga, entre risas:
—¡No me saquen la escalera!

Así era Oración: único, sencillo, y capaz de convertir una noche de tormenta en una anécdota inolvidable. Un personaje que, sin quererlo, dejó su huella en la memoria del barrio y en el corazón de todos.

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