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EUTANASIA: el disfraz legal de la muerte lo que se ve y lo que no se ve

EUTANASIA: el disfraz legal de la muerte lo que se ve y lo que no se ve

EUTANASIA: el disfraz legal de la muerte lo que se ve y lo que no se ve

Lamentablemente con la eutanasia todos los médicos se convertirán en sospechosos y no los vi luchando por preservar la honorabilidad y la esencia de su trabajo que les dice que: «No administraré veneno a nadie, aunque me lo pida, ni daré consejo para tal fin. Del mismo modo, no daré a ninguna mujer un pesario abortivo. Mantendré pura y santa mi vida y mi arte.»

Es sumamente curioso el silencio de los médicos, que permiten que unos burócratas invadan su ética y se las destruya por completo, convirtiéndolos en matadores, cuando estudiaron para curar, aliviar y acompañar, no para matar.

Con la eutanasia, el paciente ya no se preguntará solo “¿me va a curar?”, sino también “¿querrá o recomendara mi muerte?”.

Y esa duda envenena la confianza.

El resultado: una medicina deshumanizada, relaciones marcadas por el temor y la desconfianza, y profesionales que cargan con la sospecha permanente de que su intervención puede no ser para salvar, sino para acortar la vida.

Un médico sospechoso no puede ser un médico de confianza, y sin confianza, la medicina se derrumba como arte y como vocación.

ESO ES LA EUTANASIA.

ESO ES LO QUE LOS IRRESPONSABLES LEGISLADORES HAN VOTADO, CON NUESTRO HABITUAL SILENCIO INHERTE Y COMPLICE.

Lo que se ve es una ley que promete regular, con compasión y orden, el momento final de la vida. Se nos muestra a un paciente que sufre, a un médico que escucha y a un final sin dolor.

Lo que no se ve es que la realidad después rara vez coincide con esa imagen: el sistema de salud termina normalizando la eutanasia como una práctica y un tratamiento más. Tampoco se ve que la medicina y los cuidados paliativos hoy son capaces de aliviar el dolor en prácticamente todos los casos, y que nuestra Constitución no otorga al Estado la potestad de conceder o quitar el derecho a la vida. Ese derecho es absoluto: se reconoce, no se concede. Regular la muerte es cruzar un límite que la Carta Magna declara intocable.
Lo que se ve son los legisladores levantando la mano para aprobar la eutanasia.

Lo que no se ve es la irresponsabilidad de seguir promoviendo la cultura de la muerte en un país en crisis demográfica, con más muertes que nacimientos y sin un verdadero clamor popular por este tema. Lejos de responder a una demanda ciudadana, todo indica que forma parte de una agenda impuesta desde afuera, igual que ocurrió con el aborto.

Lo que se ve es que ahora tienes derecho a morir dignamente.

Lo que no se ve es el engaño del lenguaje pues solo la vida es digna; la muerte es el fin, sin adjetivos ni adornos. Lo digno es como se vive, lo que dignifica es la hidalguía y el coraje de cómo se transita el dolor; nada de digno tiene matar a otro ser humano. Lo digno y humano es acompañarlo, tratarlo, cuidarlo y atemperar su dolor. Hablar de “dignificar” la muerte es conceder al sistema el poder de decidir quién vive y quién no, transformando un derecho absoluto en una cuestión de conveniencia administrativa.

Lo que se ve son los carteles que proclaman: “Vivir es un derecho, no una obligación”.

Lo que no se ve es que nadie te obliga a vivir si no quieres, y tienes todo el derecho a quitarte la vida. Lo que jamás puedes hacer es convertir tu derecho a morir en un deber para que otro te mate. El autor material de la eutanasia es siempre un tercero, y allí está el límite de tu decisión.
Lo que se ve es que nadie quiere sufrir.

Lo que no se ve es que, aunque duro, el sufrimiento forma parte de la vida: es tiempo de enseñanza, de perdón, de reconciliación, de cerrar heridas. Esa es la verdadera muerte digna: partir en paz, acompañado por tu familia, habiendo sanado también el espíritu. ¿Acaso Jesús no sufrió? Y, sin embargo, cuánto enseñó en su dolor.
Lo que se ve es que cualquier mayor de edad, en pleno uso de sus facultades y con una enfermedad crónica o incurable, podrá pedir una muerte rápida y sin sufrimiento.

Lo que no se ve es que en esa vaga definición legal entra cualquier persona, que todos estamos en riesgo y que el hecho de que la ley no exija cuidados paliativos previos implica que la eutanasia no queda restringida a dolores físicos sino que se expande a traumas o patologías psíquicas y mentales, donde el sufrimiento es de muy difícil constatación.
Lo que se ve es que la eutanasia se convierte en un derecho.

Lo que no se ve es que no existe derecho a matar impunemente pues la eutanasia requiere, en todos los casos, que otro ejecute el acto, que otro mate. Y en nuestro marco legal, ese derecho no existe: no existe derecho a matar ni sufrimiento que lo convierta en legítimo.
Lo que se ve es que será el médico, o alguien bajo su orden, quien practique el procedimiento.

Lo que no se ve es que, en muchos casos, no será el médico sino un enfermero quien administre la dosis letal, cargando con la responsabilidad moral del acto. Tampoco se aclara cuántas veces hay que solicitarlo para que se considere “reiterado”.
Lo que se ve es un protocolo burocrático prolijo: solicitud personal, firma ante un médico, testigos, documentos.

Lo que no se ve es que una persona con dolor físico o emocional extremo no es completamente libre para decidir; el sufrimiento condiciona la voluntad más que cualquier otra presión. Es una decisión forzada, condicionada, inducida…muchas veces por familiares, otras por el propio sistema de salud.

Lo que se ve es que si dos médicos coinciden, el proceso avanza; si no, decide una Junta Médica.

Lo que no se ve es que esos médicos pertenecen a la misma institución y pueden tener conflictos de interés. Ninguna junta tiene derecho a decidir sobre la vida o la muerte sin violar la Constitución, y esta ley busca derogar el Código de Ética Médica que hoy prohíbe expresamente matar.
Lo que se ve es que el Ministerio de Salud controlará que todo se haga conforme a la ley.

Lo que no se ve es que el control será después de que la persona haya muerto, y que ningún profesional presentará un informe que lo incrimine por apartarse del protocolo. Esa “garantía” es un adorno legal sin sustancia.

Lo que se ve es que la voluntad de morir será revocable.

Lo que no se ve es que, una vez administrada la inyección, ya no hay marcha atrás.

Lo que se ve es que el proceso contempla a testigos y profesionales para verificar la decisión.

Lo que no se ve es que la familia queda fuera. La ley confía más en la firma de dos médicos y dos testigos, impersonales y con intereses, que, en la palabra de un hijo, una hija o un cónyuge. Puedes encontrarte con tu padre o madre muerto sin haberlo sabido, porque el Estado decidió que el protocolo pesa más que los lazos de sangre.
Lo que se ve es que las instituciones que se opongan a la eutanasia podrán derivar casos a otras, tercerizando el servicio.

Lo que no se ve es que eso equivale a no disparar el arma, pero entregársela a quien sí lo hará. Es una intervención directa del Estado en el sector privado, obligando a las instituciones médicas a practicar la eutanasia, sea en forma directa o indirecta, violentando la libertad de culto, de conciencia y de asociación consagradas en la Constitución.

Lo que se ve es que se respeta la objeción de conciencia.

Lo que no se ve es que quienes objeten podrán quedar señalados en listas, presionados e identificados como contrarios al sistema.
Lo que se ve es que no habrá sanciones penales, civiles o administrativas para quienes practiquen la eutanasia.

Lo que no se ve es que eso obliga a renunciar al juramento hipocrático y aceptar que la ley anule el propio código ético de la profesión. Se destruye la medicina y la confianza entre médico y paciente para siempre. La eutanasia es todo lo que un médico no es.

Lo que se ve es que será una medida excepcional, aplicada solo a casos extremos.

Lo que no se ve es lo que muestran otros países: que esos límites se expanden con el tiempo. Lo que empezó como opción para enfermos terminales hoy en algunos lugares incluye personas con depresiones tratables, discapacidades, ancianos, pobres, incluso menores de edad. En otros, existe eutanasia involuntaria y se habla de eutanasia por “cansancio de vivir”. La pendiente resbaladiza no es una teoría: es un hecho documentado.
Lo que se ve es que te muestran la eutanasia como un avance, un signo de progreso.

Lo que no se ve es que es, en realidad, el reflejo de un fracaso social: en lugar de cuidar, acompañar y sanar, la sociedad decide matar a sus ciudadanos más frágiles y débiles. Es eugenesia: la supervivencia de los más aptos y la muerte de los improductivos.

Lo que se ve es un acto de humanidad.

Lo que no se ve es que, en un sistema de salud deshumanizado, la eutanasia es la solución más barata, rápida y “eficaz”. Mantener a un paciente cuesta; matarlo, no. Así, la vida se reduce a un costo y la muerte se convierte en un trámite monetizado y administrado por la burocracia.

Lo que se ve es que la muerte por eutanasia se registrará como “natural”.

Lo que no se ve es que, si fuera natural, no habría que legislar su procedimiento. El hecho de regularla es la prueba de que no lo es. Esto beneficia al sistema, no al paciente, porque todo queda invisibilizado en el silencio institucional: sin autopsias, sin control, sin estadísticas.

En definitiva, lo que se ve es una ley presentada como compasión y libertad.

Lo que no se ve es un Estado que renuncia a proteger la vida, a cuidar a sus ciudadanos, que abre la puerta a abusos inevitables y pone precio a la muerte. Lo que hoy parece una excepción, mañana será costumbre y muchos inocentes morirán….injustamente y sin merecerlo.

 

Artículo redactado por el Doctor Abogado Ignacio Supparo

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